Postrera, como el amor de la segunda edad, llegó la preboda (y la boda) de Rebeca y David. En mi amado Chinchón ambas, por fin, llega todo en la vida.
Rebeca y David son gente de monte, tierra, caminos y sonrisa. David va siempre vestido de Serenidad, contemplando su propia vida como el viejo sabio que mira el río desde su adentro, hablando con la mirada y poco más. Cuán sobrevaloradas están las palabras… Rebeca se pega a él como un colibrí, pizpireta ella, para compensar el gesto armado de su chico con una sonrisa suelta a prueba de tiempos. No ha lugar decir mucho, la verdad. Ellos me llevaron a su monte para mostrarme el aura y robarme el corazón. El resto se quedó en Serenidad.
Revelando y recordando estos instantes me vino el extracto de un poema de mi compadre y maestro Miyo, Emilio Fiel:
Lejos durante miles de años y siempre unidos,
cara a cara todo el día y nunca juntos, nunca juntos.
Solo tengo para abrigar mis gélidas noches
un caluroso sueño lejano e irrealizable.
No temas las sombras, unas esconden y otras revelan.
Miyo, en su libro ‘Realzando de Color la Noche’
Disfrutad.
P.D. Su boda, aquí.
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